martes, 20 de septiembre de 2016

La Curiosa Historia del Gorro Equivocado

No hay otro placer como salir ileso de un encuentro con la propia ignorancia y en eso radica, tal vez, el placer de visitar museos en países ajenos.

En el Museo Nacional de Historia de Bulgaria, en Sofía, se exhibe un casco de bronce, atribuido al antiguo reino de Tracia. La artesanía de su factura es exquisita, pero lo que más llama la atención, al menos al visitante de la Argentina, es que en su parte superior se remata en la forma de un gorro frigio.  La sorpresa no es tanta, pues aunque es un casco tracio por su origen, por su diseño es lo que se llama un casco frigio.

Siglos después, el gorro frigio vuelve a aparecer en la iconografía de la revolución francesa y luego en el escudo nacional Argentino. Lo hemos dibujado en la escuela primaria y la maestra nos contó que representaba la libertad.

Pero ¿qué tiene que ver el casco de un antiguo tracio con la libertad? ¿Y qué es un gorro frigio y por qué representa la Libertad?

Sobre eso, la maestra calla y los niños no preguntan.

¿Qué es un Gorro Frigio?


El gorro frigio es un sombrero de forma cónica, parecido a una caperuza, pero la punta del cono está inclinada hacia adelante. Tiene sus orígenes, vaya sorpresa, en Frigia, un antiguo reino de Asia Menor con fuertes influencias Persas. Las primeras imágenes que tenemos del gorro frigio son estatuas que muestran a una deidad persa, Mitras, vistiendo un gorro frigio mientras degüella a un toro sagrado blanco que al morir, mediante uno de esos mecanismos míticos a salvo de explicaciones, se convertirá en la Luna.  Al igual que la Libertad en la famosa pintura de Delacroix, La Libertad Guía al Pueblo, de 1831, el Mitras de los antiguos mármoles tiene la cabeza girada hacia la derecha. Sin embargo, el gesto de Mitras no es de heroico liderazgo sino de duelo. El dios Sol le ha ordenado a Mitras degollar al toro blanco y, pese a sí mismo, Mitras cumple la orden con obediencia debida.

Con el paso de los siglos, Mitras asumirá él mismo el rol de dios del Sol (otra vez, esos curiosos mecanismos míticos), sumándolo a sus otros laureles: era también el dios de la amistad, la fraternidad, los juramentos y los contratos. Y en lo castrense, es el dios de la lealtad, la victoria y (¿quién sino Mitras?) el dios de la obediencia. Valiéndose de atributos tan positivos como plásticos, el culto a Mitras se extendió a Egipto, a la antigua Tracia, que hoy es parte de Bulgaria, y a Roma, el destino ineludible de toda una época.

Así se explica el casco en el museo de Sofía: los devotos a Mitras se identificaban vistiendo un gorro frigio y por ello su uso se extendió por el mundo antiguo. A la hora de los bifes, cambiaban el gorro por el casco.

Los griegos, por su parte, dando muestra de sus prejuicios religiosos y cierta xenofobia, llamaban “orientales” o “bárbaros” a los que vestían el gorro frigio. Su atuendo los identificaba como otros, una minoría entre tantas otras cuyas ideas y símbolos se difundieron a caballo del avance romano.
Hasta aquí, esta historia es una mezcla de religión, imperio, etnicidad y ornamento militar. Volvamos a nuestra pregunta original: ¿Por qué el gorro frigio es un símbolo de Libertad?

La respuesta la vamos a encontrar en los estertores de la República Romana, en medio de confusiones y errores propios de las reinterpretaciones posteriores.

El Gorro Píleo


El culto a Mitras llegó a Roma llevada tanto por legionarios que regresaban de las guerras en Oriente como por los esclavos de esas conquistas. Allí, sobrevivió hasta al menos el tercer siglo después de Cristo, aunque en los últimos tiempos era un culto casi exclusivo de hombres, soldados en su mayoría, practicado en lugares secretos y subterráneos, con jerarquías, ritos de iniciación y rituales en los que algunos creen ver los orígenes de las sociedades masónicas. No nos vamos a demorar en esta posibilidad, porque el nexo, de existir, no pasaría de una burda imitación a posteriori.

El hecho que sí nos interesa es que, en la Roma antigua, cuando un esclavo era liberado se celebraba una ceremonia de manumisión en la que su dueño (o un pretor) le rapaba el pelo y ponía sobre su cabeza un sombrero de fieltro, sin alas, con forma cónica, llamado un píleo. Acto seguido, le tocaban el hombro con una vara especial llamada vindicta y se lo proclamaba libre. Tanto el píleo como la vindicta eran símbolos de Libertas, la diosa Romana de la libertad.

Por su forma cónica tanto el píleo como el gorro frigio son,  con cierta licencia, fáciles de confundir: las diferencias se reducen a sutilezas de su factura.  El píleo está hecho de fieltro, por lo que tiene cierta rigidez y se mantiene erguida, a diferencia del gorro frigio, hecho de material más ligero, cuya punta se desploma hacia adelante.

Cuando los revolucionarios de EEUU y Francia buscaban símbolos que representaran sus luchas apelaron a la antigüedad clásica de la república romana. Sin embargo, en su apuro y fervor confundieron el gorro frigio de los devotos de Mitras con el píleo de los esclavos liberados.
Debido a esta confusión, los escudos nacionales de la Argentina, Bolivia, Colombia, Cuba, El Salvador, Haití y Nicaragua llevan el gorro equivocado. También se observa el mismo error en el sello del senado de EEUU y en el sello del Departamento del Ejército de EEUU.

A causa de estos errores, irrelevantes si se quiere, el gorro frigio representa, desde el siglo XVIII en adelante, a la Libertad. Lo único que queda librado a las interpretaciones es lo que cada cual entiende por libertad.  Sin embargo, veremos a continuación que la iconografía del escudo argentino limita severamente las posibles interpretaciones.

Los Ideales Republicanos


Lo que distingue al escudo Argentino de los otros escudos y sellos es que en él, el gorro frigio aparece montado sobre un palo y ese palo aparece en el centro de la imagen, una posición de indudable jerarquía. ¿Si el gorro frigio simboliza la Libertad, qué significa entonces ese extraño palo que lo sostiene en nuestro escudo nacional?

Julio César, o mejor dicho, sus asesinos, nos proveerán la respuesta.

Las embestidas de César contra las instituciones de la vieja república dejaron al senado, corrupto y esclerótico a falta de reforma, en jaque. César toma todo el poder de Roma en su puño y lo justifica de manera brutal y sencilla: sólo él puede controlar a la turba excluida y resentida de los suburbios romanos. Arrinconados y enconados ante la pérdida de privilegios y poder, un grupo de senadores asesinan a César y, acto seguido, se dirigen al foro romano.  Al llegar, se encuentran con una multitud, inquieta y amenazante, que reclama saber que pasa. Los asesinos de César toman un píleo de un esclavo liberado y lo alzan sobre un palo para que la multitud lo pueda ver.

“Vean,” dicen los asesinos, “hemos liberado a Roma de la esclavitud que nos ha impuesto el tirano y hemos salvado a nuestra querida república.”

Pero la muerte de César no salva nada, todo lo contrario.  Tras una cruenta guerra civil, triunfa Octavio, hijo adoptivo de César.  Toma el título de Augusto, y se convierte en el primer emperador Romano.

Tras 500 años, la República está muerta, dando paso a 500 años de Imperio. Sin embargo, ese gesto desesperado e insuficiente de los asesinos de César en el foro Romano quedó en la memoria de la civilización occidental y, milenios después, los revolucionarios del siglo XVIII en Francia y EEUU lo rescatan del pasado y le dan un significado muy preciso y a la medida de su gesta: el de los ideales republicanos. Equivocan el píleo por un gorro frigio, pero ¿qué importa? Lo que vale es el significado, no el símbolo, y equivocar un gorro por otro no es más que un gaje del oficio de revolucionario.

Demasiado pronto, la república francesa encontró su propio César en Napoleón. Con las potencias Europeas debilitadas por las guerras napoleónicas, los libertadores de América toman la posta de los franceses y enarbolan en sus tierras las banderas de la libertad, la fraternidad y la igualdad y se apropian también de la iconografía de gorros frigios y, en el caso Argentino, de palos que los sostienen en alto.

Resuelto está, entonces, el nexo paradójico, tan apócrifo como cierto, entre el escudo nacional y ese bello casco frigio exhibido en Sofia. Pero a la luz de lo que hemos aprendido, miremos otra vez a nuestro escudo, no ya como símbolo patrio, sino desde la perspectiva semántica de su iconografía.

La Iconografía del Escudo


El Sol naciente, el gorro frigio montado sobre un palo, los laureles heroicos, dos manos derechas que se estrechan: tal es la iconografía de nuestro escudo. Una lectura rápida nos dice que los próceres de la República Argentina vislumbraron una patria en la que los valores republicanos ocuparían el centro de la escena. Sólo esos valores, nos aleccionan a través de la iconografía que eligieron, puede salvar a la República Argentina de un César o, mas precisamente, de un Napoleón. Ambos fueron genios políticos y militares, sedientos de más y más poder personal, postulándose como los únicos que podían resolver el entuerto de turno. Ambos despreciaban los frenos a su ambición que les imponía lo republicano.

Así, el escudo expresa el juramento de los próceres, el ideal por el cual estaban dispuestos a morir con gloria y con el cual afirman que resistirán a las tentaciones totalitarias. La renuncia de José de San Martin en Guayaquil, por dar un ejemplo concreto.

El anhelo de los próceres, entonces, era que la Argentina sea una república, sin soberanos ni iluminados. Eso es lo que representa ese curioso palo en el escudo nacional y su presencia en el escudo dice a claras que la voluntad de los próceres se resiste a una reinterpretación posterior.

Mitras, Eterno e Impertérrito


Volvamos a Roma, pero ya en los albores de la era Cristiana. Allí encontramos que Mitras ha pasado a integrar el elenco estable de dioses romanos, ese panteón tan flexible como abarcador, multicultural al decir de nuestra era. Los devotos de Mitras ahora se llaman los syndexioi, que se traduce como “los unidos por el apretón de manos”. Traducido a imágenes, esa frase ya nos resulta harto familiar. Allí está en nuestro escudo nacional, sosteniendo el palo y el gorro de turno.

Y así con todos los otros atributos de Mitras que curiosamente aparecen en nuestro escudo.  El sol por ejemplo, o esos laureles de soldado tan heroico como obediente. Por ello, el escudo nacional podría dar la incómoda sensación de que el poderoso Mitras nos observa, impertérrito e eterno, desde sus remotos dominios de tiempo y lugar.

Pero no vamos a caer en el ridículo de decir que el escudo nacional de la Argentina católica le rinde homenaje a un antiguo dios pagano. Ni vamos a caer en pueriles conspiraciones masónicas que algunos asocian con el culto a Mitras.

Sin embargo, son muchas casualidades. ¿Cuál es, entonces, el nexo?

La respuesta tal vez sea muy sencilla: el único nexo es nuestra humanidad compartida. 

No me refiero a nuestra humanidad entendida en un sentido optimista e idealista, sino humanidad entendida como lo que somos, física y mentalmente; una estirpe de individuos que buscan, muchas veces con desesperación, darle un sentido a la realidad; una raza renegada de las complejidades con que esa realidad nos acecha y que por ello intenta encajonarlas dentro de relatos, algunos más descabellados y otros menos.

A las palabras se la lleva el viento pero las imágenes perduran en piedras y bronces, brindando un cimiento a nuestra memoria colectiva, un crisol donde los símbolos se nutren de las resonancias fundamentales de lo que somos. Los símbolos se repiten, porque las resonancias siempre son las mismas.

La función de la memoria, tanto personal como colectiva, es sintetizar los nexos, facilitando el recuerdo, y tal vez sea en esa síntesis donde se funden el anhelo de certezas cósmicas de un antiguo frigio con el anhelo republicano de un prócer argentino.

Son, sin duda, distintos anhelos y distintos contextos, pero tanto no hemos cambiado en unos pocos milenios.

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