martes, 20 de septiembre de 2016

Un No Positivo

La Pregunta del Millón


Quien sobrevive a un trauma ya no es quien fue ni quién hubiera sido: solo se sobrevive en tiempo presente. 

Del Reino Unido tal como existía el 18 de Septiembre de 2014, ha quedado muy poco.  Ese país con un gobierno centralizado, con sede en Londres, ya no existe.  Ese es el logro sin intención del Nacionalismo Escocés: para frenar su ascendencia, el gobierno Británico no tuvo más remedio que ofrecer la “Devo Max”, la máxima devolución de poder a Edimburgo posible sin llegar a la independencia de Escocia.  De allí a la devolución de poder a cada país del Reino Unido, cada región, y hasta cada ciudad, hay solo un paso inevitable.

Así, el referendo por la independencia de Escocia ha instalado un debate constitucional en el centro de la vida política del Reino Unido: la necesidad de transformar la Unión en una Federación.
Para el gobierno británico, coalición de conservadores y liberales, el enroque táctico de la Devo Max consiguió su objetivo: mantener intacto al Reino Unido. El precio pagado es que de la Unión de ayer hoy solo han quedado las formas constitucionales, mientras que los contenidos constitucionales, como los tiempos, ya son otros. 

La pregunta que queda picando es por qué el Reino Unido se conforma con ser una federación, en vez de segregarse en sus partes?

La identidad británica


La respuesta, un tanto obvia, es que todo pasa por la identidad británica: esa cosa tan inasible como flexible, realista, pragmática, tan poco afecta a las experiencias revolucionarias como afín a los cambios graduales y negociados.

Muchos británicos vivirán el resultado de ayer como una derrota, y no solo los escoceses del Yes.  La Unión que se transforma en federación implica en apariencia un salto al vacío, abrazarse de valores desconocidos, ajenos. Sería revolucionario si no fuera por la ausencia de alternativas.

No hay que subestimar la magnitud de los cambios a los que nos hemos comprometido. Por ejemplo, puede suceder que el parlamento de Westminster se desdoblará entre un parlamento para el Reino Unido y otro para Inglaterra, que oficiarán en sesiones separadas.  O sea, los parlamentarios ingleses tendrían dos roles distintos dentro del mismo edificio y la misma constitución: votarían leyes para el Reino Unido en las sesiones para el Reino Unido y leyes para Inglaterra en otras sesiones en las que no tendrán voz ni voto los representantes de las otras naciones federadas, puesto que Galeses, Irlandeses del Norte y Escocia tendrán sus parlamentos regionales en Cardiff, Belfast y Edimburgo. 

Sea como fuera, ya nada sería igual: en un Reino Unido más federal un eventual gobierno laborista, cuya mayoría se debe a laboristas escoceses, se encontraría con que no controla un parlamento Inglés dominado por conservadores, conduciendo a súbitos desequilibrios políticos a la Italiana, obligando a la formación de gobiernos de coalición para emparchar el caos. Tierras desconocidas y peligrosas para la visión política de muchos.

Muchos son los que se sienten derrotados por el resultado de ayer, pero tal vez no deberían sorprenderse tanto.  Tanto el Reino Unido como los británicos siempre han tenido tres enormes virtudes cuando han debido hacer frente a las crisis:

1.       La flexibilidad pragmática: un británico no es nada sino un negociador y un aspirante a realista. Lo importante para un británico en su trato con otro británico no es aplastar al otro con la propia visión, sino llegar a un acuerdo que permite seguir adelante en los negocios y en la vida.

2.       La identidad compartida: Los británicos siempre quieren llegar a un acuerdo PORQUE, más allá de las muy marcadas diferencias sociales y regionales, tales como el acento con el que cada cual habla el inglés, se sienten parte de una misma sociedad.  No hay necesidad de nacionalismos exacerbados cuando se comparte una identidad común. Ricos y pobres mueren juntos en las guerras, aristócratas al lado de plebeyos, escoceses al lado de galeses, los unos al lado de los otros, todos en la misma trinchera. Lo importante, para el británico, es que somos socios. El nacionalismo se diluye y surge la identidad compartida como lo más importante. 

3.       El gradualismo: Los británicos no creen en los portazos intempestivos ni en las revoluciones. Cuando aparecen los primeros síntomas de un problema de gravedad, los británicos no tratan de resolver las cosas cuando ya las papas queman, sino que tratan de descomprimir tensiones antes de llegar a situaciones de ruptura: inician un proceso gradual, que conserve el equilibrio.
Obviamente, lo de arriba es una idealización y una simplificación grosera.  Una idealización que solo se aplica al trato de británicos hacia otros británicos.

A lo que voy es lo siguiente:

Entender a los británicos a partir de su flexibilidad pragmática, su identidad compartida y su gradualismo es una herramienta útil.

Si esta herramienta tiene alguna validez queda a criterio del lector.  Lo cierto es que, aplicándola al referendo Escocés, el resultado ya no parece tan sorprendente.

El Porque del No


Mi observación es la siguiente:

El resultado no fue tanto una derrota del Yes, sino el triunfo de los escoceses que se sentían BRITANICOS.

El Yes, o sea la independencia de Escocia, hubiera implicado afiliarse a lo siguiente:

a.       Un acto idealista y emocional, cosa que no se ajusta bien al estereotipo británico. 

b.      Un portazo, un acto rígido e irreversible, en vez de una salida gradual y negociada, con opción de retorno.

c.       La independencia de Escocia hubiera implicado un corte abrupto, una revolución, un salto al vacío con consecuencias imprevisibles.

De donde sigue que el resultado del referendo solo refleja la cantidad de escoceses que se sienten británicos.

Pero no idealicemos demasiado.

El Diablo más sabe por viejo que por mañoso


Es interesante considerar como se negoció el referendo entre el gobierno de Londres y las autoridades de Edimburgo hace un par de años:

i.                     En las negociaciones, Londres le dio al Nacionalismo Escocés todo lo que le pedía. Por ejemplo:

ii.                   La pregunta del referendo era “Escocia debe ser un país independiente?”

iii.                  De allí que el nacionalismo Escocés se quedó con la respuesta positiva, el Yes, mientras que sus oponentes debían defender un mensaje negativo, el No.

iv.                 Según los psicólogos, un mensaje positivo tiene más chances de ganar que uno negativo.

v.                   Sin embargo, ese fair play del gobierno británico era… muy británico. Y por ende muy positivo para quien vive esa identidad.

vi.                 Así, el gobierno británico lo vistió a Alex Salmond con un chaleco de fuerza y lo encaramó en un pupitre desde el cual debía pregonar su mensaje rígido, inflexible y revolucionario.  En oposición a la identidad británica.

vii.                Con Alex espumando por la boca, el gobierno británico se reservó aquello que tanto valoran los británicos: la posibilidad de negociar, de conceder, hasta el último momento. Y así, a último momento, jugaron su última carta: la Devo Max, la alternativa británica a la independencia. La chancha y los 20 para un escocés británico.

Así, todo se redujo a una sola pregunta: cuantos Escoceses se sienten británicos? Según el resultado de ayer, parece que el 55%.

El futuro del Reino Federal


La Devo Max a Escocia tiene como consecuencia que cada país, cada región, del Reino Unido reclame la devolución de mas poder. Escocia no puede tener lo que los otros no tienen.  Hay que reescribir la constitución británica (o mejor dicho, escribirla de una buena vez). De la Unión pasamos a ser una federación.

Y después, qué?

Me quedo con lo que dijo un albañil escocés que anoche integró un panel de gente común en la BBC:
“A mí me encanta la idea una Escocia soberana e independiente.  Ojalá lo tuviéramos. Sin embargo, yo tengo mi empresita, tengo mis hijos y tengo que pagar la hipoteca con la cual compré mi casa.  La SNP no supo responder a las preguntas que yo me hago: Que moneda vamos a usar? Quien va a ser el jefe de estado: La Reina, o tendríamos un sistema presidencial? Cuando y en qué condiciones entraríamos en la Unión Europea? A mí, en este momento de mi vida, no me hacen falta estas incertidumbres. No me hace falta una revolución. Yo quiero seguridad y reglas de juego claras. Porque voy a arriesgar lo que tengo? Y por qué la SNP no trabajó todos estos años en brindar respuestas a estas preguntas tan evidentes, que yo, albañil, me hago? Si de acá 20 años hay otro referendo y me responden en tiempo y forma a esas preguntas, yo no dudaría en votar por el Sí.  Pero hoy, dado las condiciones corrientes, voté por el No y no creo haberme equivocado.”

Digo yo: de acá 20 años que pasará? Quien lo sabe.  Pero se me ocurre que, en ese futuro lejano, las tensiones nacionalistas habrán desaparecido, víctimas del genio británico de desarticular los problemas a tiempo.

Tanto no vamos a cambiar en 20 años. Cuando llegue el momento de volver a decidir, tendremos aun lo que ayer nos mantuvo unidos: más allá de clases sociales o de ingresos, nos reconocemos entre nosotros como socios, partes inseparables de una identidad compartida, sin más exigencias mutuas que el respeto por reglas claras.

Cuando digo nosotros, no me refiero a los cuatro países federados, sino a mis socios, los setenta y pico millones de británicos con quienes intento colaborar en esta difícil empresa de ser lo que somos y reconocerlo a tiempo.



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